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Sobre la libertad: entre la autonomía personal, las estructuras del mundo y sus desafíos

Publicado:  a las  08:00 AM

Sobre la libertad: entre el ser propio, la imposición del orden y la fragilidad de la elección

La libertad, entendida como capacidad de autodeterminación, no es un absoluto desvinculado de toda condición ni una mera ilusión sujeta a la coerción externa. Su esencia, compleja y a menudo esquiva, se manifiesta en la tensión dinámica y a veces desigual entre la aspiración del sujeto a definirse a sí mismo y las limitaciones impuestas por el mundo social, histórico y psíquico que lo enmarcan y, en ocasiones, lo aprisionan. Como sostiene Kant en su Crítica de la razón práctica, “la autonomía de la voluntad es el único principio de todas las leyes morales”, es decir, la libertad consiste en darse a sí mismo la ley moral. No obstante, esta noble aspiración se enfrenta a interrogantes profundos sobre la verdadera extensión de dicha autonomía en un mundo modelado por fuerzas que a menudo escapan al control individual.

La libertad como responsabilidad ética y su cuestionamiento

La libertad implica, en primer lugar, la conciencia de ser un sujeto capaz de elegir y configurar su propia existencia. Esta capacidad no es neutral: conlleva una responsabilidad radical por las decisiones que dan forma al ser. Como afirma Jean-Paul Sartre en El existencialismo es un humanismo, “el hombre está condenado a ser libre”, y al elegir, “afirma al mismo tiempo el valor de lo que elegimos”. Esta condena implica que la libertad no es solo una posibilidad, sino una obligación ética: al decidir, el sujeto se asume como causa de su destino, responsable ante sí mismo y los demás.

Sin embargo, esta “condena” a ser libre se torna problemática cuando consideramos la influencia de la ideología, la falsa conciencia o la internalización de la opresión. ¿Hasta qué punto es “libre” una elección que reproduce patrones de subordinación o que emana de deseos modelados por estructuras dominantes sin un escrutinio consciente? La responsabilidad sartreana, si bien un ideal potente, debe matizarse ante la posibilidad de que el sujeto elija sin una plena conciencia de las fuerzas que moldean su volición.

La libertad en su contexto: condicionamientos, posibilidades y asimetrías

Esta capacidad de autodeterminación no se ejerce en un vacío. La libertad está siempre situada, enmarcada por la facticidad: los condicionamientos materiales, sociales y culturales que delimitan y orientan las opciones posibles. Como sugiere Simone de Beauvoir en La ética de la ambigüedad, “la libertad no es algo que se posea, sino que se ejerce en una situación concreta”. Así, la libertad es una praxis mediada, un movimiento dialéctico donde el sujeto negocia su autonomía frente a la heteronomía impuesta por el entorno. En palabras de Maurice Merleau-Ponty en Fenomenología de la percepción, “no soy libre en el sentido de una libertad absoluta, sino en relación con una situación”.

Es crucial reconocer, no obstante, que esta “negociación” con el entorno no siempre ocurre en igualdad de condiciones. Para individuos o grupos sometidos a opresión sistémica, pobreza extrema o violencia estructural, el “campo de posibilidades” puede ser tan reducido que la libertad de configurar la propia existencia se vea drásticamente mermada, convirtiendo la “praxis mediada” en una lucha por la mera supervivencia más que por la autodefinición expansiva. La magnitud y el peso de ciertas estructuras pueden ser tan abrumadores que la autonomía parezca más una aspiración lejana que una realidad tangible.

La libertad como praxis (y sus límites)

Esta negociación entre autonomía y condicionamiento convierte a la libertad en un proceso dinámico. No se trata de un estado fijo, sino de una conquista constante en lo concreto, donde el sujeto actúa dentro de un campo de posibilidades definido por su situación. Sin embargo, la capacidad de “transformar” dichas estructuras a través de la praxis individual tiene límites evidentes frente a inercias históricas, económicas y políticas de gran escala.

La tensión constitutiva de la existencia y los desafíos del determinismo

La dialéctica entre libertad y limitación no es una contradicción, sino la estructura misma de la experiencia humana. Martin Heidegger, en Ser y tiempo, plantea que el Dasein es un “ser arrojado al mundo, siempre en el horizonte de sus posibilidades” finitas, marcadas por el tiempo y la historia. Negar esta tensión lleva al idealismo abstracto (que ignora los condicionamientos) o al determinismo reduccionista (que anula la agencia).

Reconocerla implica entender que la libertad no es la ausencia de restricciones, sino la capacidad de actuar y decidir dentro de ellas. No obstante, esta visión debe dialogar con las crecientes comprensiones desde las neurociencias, la psicología social y la sociología crítica, que sugieren fuertes condicionamientos (biológicos, inconscientes, estructurales) que pueden desafiar la noción de una autonomía volitiva plena tal como la formuló Kant. La “autonomía de la voluntad” se enfrenta al espectro de determinismos que, sin negarla por completo, sí cuestionan su alcance y su soberanía.

Finitud, angustia, autenticidad y el privilegio de la reflexión

La libertad está intrínsecamente ligada a la finitud y la contingencia del ser humano. No somos entes absolutos, sino seres vulnerables, históricos y limitados. Esta finitud otorga a la libertad su carácter problemático, pero también su autenticidad. Como señala Søren Kierkegaard en El concepto de la angustia, “la angustia es el vértigo de la libertad”. Elegir en medio de la incertidumbre requiere valentía, pues cada decisión es un acto de autodefinición frente a lo finito.

Es preciso reconocer, sin embargo, que este “vértigo de la libertad” y la consiguiente búsqueda de autenticidad pueden resonar de forma distinta, o incluso parecer un eco lejano y un privilegio, para quienes enfrentan la angustia más cruda de la supervivencia cotidiana. Cuando las necesidades básicas no están cubiertas, la deliberación existencial sobre la propia finitud puede quedar opacada por la urgencia de asegurar la vida misma.

Conclusión: libertad como acción compartida y desafío persistente

En definitiva, la libertad es un acto continuo de autotransformación y resistencia, donde el sujeto asume la responsabilidad de su ser en un diálogo tenso y a menudo conflictivo con las condiciones que lo atraviesan y, frecuentemente, lo limitan. Este proceso, ético y existencial, busca conciliar la aspiración a la autonomía con la necesidad de convivencia y la realidad de las estructuras de poder. Como plantea Hannah Arendt en La condición humana, “la libertad sólo se realiza en la acción plural, en el espacio público donde los hombres actúan juntos”.

Esta visión arendtiana, si bien luminosa, se enfrenta al duro escollo de los contextos donde el espacio público es inexistente, está cooptado, es activamente reprimido o es profundamente desigual. La posibilidad misma de tal acción plural depende de un grado de libertad, seguridad y equidad previas que no son universales.

Vivir libre es, entonces, aceptar y trabajar en esta tensión fundamental, haciendo de ella, en la medida de lo posible, el fundamento de una existencia auténtica y solidaria. La pregunta crucial persiste y se ahonda: ¿Cómo podemos, pues, cultivar y ejercer esta libertad finita, a menudo asediada y desigualmente distribuida, en un mundo que nos desafía constantemente a negociar nuestra autonomía individual y colectiva frente a inercias estructurales y poderes que buscan restringirla o anularla? La respuesta, lejos de ser simple, exige una reflexión crítica continua y una praxis comprometida con la expansión de las condiciones reales de libertad para todos.



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