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Memoria e identidad: entre la verdad y la invención

Publicado:  a las  08:00 AM

Memoria, ficción y el hilo roto del yo

“Recordar es reconstruir, no repetir.”
— Oliver Sacks (parafraseado)

Introducción

La intuición común nos dice que la memoria funciona como una especie de archivo: guardamos eventos, emociones y datos, y luego, cuando queremos, los sacamos tal cual como entraron. Pero esa metáfora del archivo se cae a pedazos frente a lo que hoy sabemos desde la neurociencia y la filosofía de la mente: recordar no es reproducir fielmente un evento pasado, sino reconstruirlo activamente cada vez que lo evocamos.

Esto, que suena como un detalle técnico, en realidad tiene implicancias enormes: si la memoria no es estable, ¿cómo sabemos qué de lo que recordamos es “verdadero” y qué es una narración que nos contamos? ¿Y si no podemos distinguir entre ambas, cómo sostenemos la idea de que somos la misma persona a lo largo del tiempo?

Este texto explora esa grieta entre la memoria como fenómeno reconstructivo y la identidad personal como continuidad narrativa.


1. La memoria no es un pendrive

La neurociencia contemporánea dejó claro que la memoria no es un disco duro. Cada vez que recordamos algo, lo reescribimos. Es como abrir un archivo, hacerle cambios (a veces sin darnos cuenta) y volver a guardarlo. Este proceso se llama reconsolidación.

Esto implica que los recuerdos se ven afectados por el presente: nuestro estado emocional, nuestras creencias actuales, lo que vimos o escuchamos después del evento original, todo eso puede modificar el recuerdo. La memoria es plástica, vulnerable y sujeta a contaminación.

Entonces, si cada recuerdo es una versión editada del anterior, ¿dónde queda lo “verdadero”?


2. ¿Existe una memoria verdadera?

Esta pregunta tiene dos capas:

  1. Epistémica: ¿Podemos distinguir entre un recuerdo fiel y uno inventado?
  2. Ontológica: ¿Importa si no podemos distinguirlos?

La primera es jodida: la mayoría de las veces, no podemos. Ni siquiera los recuerdos vívidos son garantía de verdad (de hecho, muchos falsos recuerdos suelen sentirse más reales que los verdaderos). La memoria es más como un testigo que se deja influenciar que como una cámara de seguridad.

La segunda es más inquietante. Si no hay forma de acceder a una “verdad” de lo que pasó, y si incluso los recuerdos más íntimos pueden ser fabricaciones convincentes, entonces la memoria se convierte en una narrativa interna. Y si eso es así, ¿qué queda de la identidad?


3. Identidad narrativa vs. continuidad biológica

Nos gusta creer que somos “la misma persona” que hace cinco o diez años. Pero si nuestros recuerdos son ficciones reconstructoras, y si esos recuerdos son la base de nuestra identidad, entonces nuestro yo también es una ficción cambiante.

Hay dos formas de pensar la identidad personal:

El problema es que la segunda —la más intuitiva y existencialmente significativa— se apoya en la memoria. Si esa memoria no es confiable, ¿la historia de quién soy no es más que una novela subjetiva, editada constantemente por el guionista de turno que soy yo mismo?


4. ¿Estamos condenados a inventarnos?

Quizás sí. Pero eso no es necesariamente algo malo. La idea de que la identidad es fluida y narrativamente construida puede ser liberadora. Si somos una historia, podemos reescribirla. Si la memoria es maleable, podemos reinterpretar nuestro pasado. No para falsearlo, sino para resignificarlo.

Desde esta perspectiva, la pregunta no es “¿qué tan verdadera es mi memoria?”, sino “¿qué hago con los recuerdos que tengo?”, “¿qué narrativa elijo sostener de mí mismo?”. La memoria deja de ser una caja fuerte y pasa a ser una herramienta narrativa.


5. Conclusión: entre Borges y el espejo

Borges escribió en Funes, el memorioso sobre un hombre incapaz de olvidar nada. El resultado no era una mente sabia, sino una condenada al detalle paralizante. La reconstrucción de la memoria, por imperfecta que sea, nos permite vivir, olvidar, cambiar, perdonar. El olvido no es una falla, sino una condición de posibilidad para el yo.

La verdadera pregunta ya no es si nuestros recuerdos son reales, sino si son útiles, si son humanos, si nos permiten seguir siendo alguien. Porque al final del día, lo que somos no está en lo que recordamos, sino en lo que hacemos con lo que recordamos.


“Somos, cada uno, un poco nuestros recuerdos y un poco nuestras mentiras.”
— Sebastián Berrueta, un mate de por medio.



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